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¿Cómo encontrar el equilibrio entre el derecho a viajar y el derecho a habitar?

Las imágenes de calles llenas de maletas rodando, turistas en busca del rincón con la luz y el ángulo perfecto y vecinos mirando con resignación se repiten en muchas ciudades del mundo.

De Barcelona a Ciudad de México, de Lisboa a Cartagena, el crecimiento del turismo –en especial de alojamientos como Airbnb– ha desatado una creciente inconformidad entre los habitantes locales. ¿El motivo? El aumento del costo de vida, el desplazamiento de residentes, la pérdida de identidad barrial y, en muchos casos, una falta de regulación que, lejos de equilibrar la balanza, parece inclinarla hacia un beneficio turístico a corto plazo.

 

La queja más frecuente gira en torno no sólo al aumento en el costo de la vida sino también al encarecimiento de la vivienda, que ha dejado de ser un derecho para convertirse en un producto turístico.

Muchos propietarios prefieren alquilar a turistas por días que a residentes por años. Pero esta inconformidad va más allá del alojamiento.

 

A continuación, analizamos cinco actividades afectadas por la presión turística y anotamos algunas sugerencias que consideramos oportunas y sostenibles para el beneficio tanto para visitantes como para comunidades anfitrionas.

 

1. Vivienda

Impacto: Aumento de precios del alquiler y desplazamiento de habitantes locales.

Sugerencia: Regulación clara del alquiler turístico, estableciendo número de días por año, licencias obligatorias, definir zonas permitidas y restringidas, e incentivos fiscales a quienes alquilan por largo plazo a residentes.

 

2. Comercio local

Impacto: Reemplazo de tiendas tradicionales por negocios dirigidos exclusivamente al turista donde se ofrecen souvenirs, restaurantes gourmet, casas de masajes especializados, peluquerías exclusivas, cadenas internacionales de hoteles boutique, etc.

Sugerencia: Establecer políticas de protección al comercio barrial, exenciones o beneficios para negocios con más de X años de antigüedad, y cuotas mínimas de comercios de primera necesidad en zonas turísticas.

  

3. Movilidad

Impacto: Congestión del transporte público y aumento del tráfico en zonas residenciales por la afluencia de visitantes.

Sugerencia: Es fundamental implementar planes de movilidad urbana integrados, que abarquen los diferentes sistemas actuales y que incluyan micro movilidad controlada (bicicletas públicas, patinetas eléctricas), peatonalización de áreas sensibles, y sistemas inteligentes de gestión del tránsito.

También se requiere descentralizar los atractivos turísticos para disminuir la presión sobre los centros históricos, incentivando el turismo de cercanías o por barrios periféricos.

 

4. Espacio público

Impacto: Saturación de playas, plazas, miradores y calles emblemáticas, lo que limita el disfrute cotidiano de los habitantes.

Sugerencia: Redefinir el espacio público como un derecho ciudadano antes que un producto turístico. Esto implica diseñar entornos urbanos pensando primero en el residente, con zonas de descanso, juegos, cultura y arte barrial, y luego en la experiencia del visitante.

En la planificación urbana debe priorizar la convivencia armónica, garantizando que el espacio no se privatice ni se mercantilice exclusivamente para el turismo.

 

5. Cultura y vida comunitaria

Impacto: Pérdida del carácter auténtico de los barrios, desplazamiento de tradiciones y habitantes locales, y gentrificación, que transforma zonas populares en enclaves turísticos exclusivos, elevando los precios y modificando el tejido social.

Sugerencia: Apoyar las expresiones culturales autóctonas, fomentar la participación de los residentes en la toma de decisiones turísticas y ofrecer incentivos para iniciativas lideradas por la comunidad.

Además, visibilizar y valorar lo cotidiano, lo local, y promover experiencias turísticas que generen intercambio genuino.

 

 

Hacia un turismo equilibrado

El turismo, sin duda, es una fuente de desarrollo, empleo y encuentro intercultural. Pero también puede convertirse en lo que algunos expertos llaman un “extractivismo moderno”, es decir, una práctica que extrae valor de un territorio —su vivienda, cultura, paisaje o servicios— para el consumo externo, sin una devolución justa al entorno que lo sostiene. Esta lógica, más propia de la industria de recursos naturales, puede reproducirse en el turismo cuando las decisiones se toman sin considerar a quienes habitan los destinos.

 

Hoy más que nunca, urge una regulación inteligente de la actividad turística que contemple las realidades locales, escuche a los residentes y fomente una relación justa entre visitantes y anfitriones.

 

El desafío no es detener ni limitar el turismo, no se trata de cerrar una ciudad, sino de abrirla con criterios de equidad. Porque una ciudad que expulsa a sus habitantes para dar lugar al turista deja de ser auténtica y también deja de ser atractiva.

 

Y así como las políticas públicas deben proteger el equilibrio entre lo local y lo global, también es esencial formar al visitante como un viajero consciente, que comprenda el valor histórico, cultural y social de los espacios que recorre.

Transmitir la importancia de respetar los monumentos, los entornos naturales, las tradiciones y la vida cotidiana de los habitantes no es solo una cuestión de normas, sino de ética turística.

 

Un visitante que llega con curiosidad y empatía, dispuesto a aprender, es el mejor aliado para construir un turismo verdaderamente sostenible. Y es que, finalmente, el respeto es el primer paso hacia una experiencia transformadora, tanto para quien viaja como para quien recibe.

 

"Cuando el turismo deja de ser un puente y se convierte en una barrera, es momento de repensarlo”

 

                                            Rosario Ortiz Conde    

Periodista Turístico Colombia 



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